La escucha activa, recurso contra la violencia

El poder de la escucha activa contra la violencia

mayo 05, 2022

Hace algunos meses, desde Educo pusimos en marcha la campaña Hacke Mute en la que, a través de un hackeo ficticio a las redes, el Grupo OchoComaDos (en referencia a los millones de niños y niñas que viven en España), denunciaba la falta de escucha activa de la población adulta hacia la infancia. Una falta que acarrea terribles consecuencias: el suicidio se ha vuelto la mayor causa de muerte entre los jóvenes, y uno de cada cinco niños y niñas sufren bullying y acoso sexual, habiéndose triplicado la cifra de este delito en los últimos diez años.

Si bien el objetivo de aquella acción era visibilizar la importancia de la escucha activa para revertir estas cifras, hoy, nuestra denuncia continúa esa línea, pero va más allá, ya que busca compartir y reconocer el verdadero poder de la escucha. Con este afán impulsamos un nuevo reto, en el que pedimos a la población que nos ayude a demostrar este poder, el de la escucha activa. Para ello, hemos lanzado algunas preguntas al aire: ¿Recuerdas cómo te has sentido al ser escuchado? ¿Has escuchado activamente alguna vez? ¿Dónde te gustaría que se escuchara más y mejor? Para que tú, usuaria y usuario de las redes sociales, nos compartas aquel momento que trajo un cambio positivo a tu vida. Aquel momento en el que sentiste de primera mano el poder de la escucha activa.

¿Por qué la escucha activa es un poder?

Hablamos de que la escucha activa es un poder porque tiene la facultad de la transformación. Sí, sí, sabemos que puede parecer demasiado excesivo, que es probable que creas que estamos exagerando, que le damos un valor exorbitante, pero lo cierto es que estamos siendo realistas. Eso sí, siempre que la escucha activa se convierta en un hábito. Cuando hagas de la escucha activa un hábito de vida, entonces verás que efectivamente tu vida, y la de la gente que te rodea y te importa -con la que la practiques-, cambia. Se transforma. ¿Y por qué sucede esto? Nosotros pensamos que la clave está en el acompañamiento. Porque escuchar activamente, escuchar a alguien con todos los sentidos, y todas las ganas, no es ni más ni menos que acompañarlo. Estar con él o ella. En su problema, en su alegría. En su momento. En su vida.
También podemos decir de manera más simple y directa que la escucha activa es un poder porque si la practicamos con alguien podemos conseguir que la otra persona se sienta mejor tras hablar con nosotros. ¿Te parece excesivo llamar poder a transformar para bien las sensaciones de los otros? ¡Para nada!… ¡Es un súper poder!

A veces, las personas adultas tendemos a “quitar hierro al asunto” a problemas que consideramos menores. Tendemos a tratar de solucionar problemas de forma rápida. Tendemos a poner un parche, sin ahondar y -seguro que estamos todas de acuerdo- los problemas no pueden solucionarse tratando de quitar solo la primera capa, modificando solo lo que se ve. Para cambiar y ayudar al cambio -a esa transformación de la que hablábamos en un principio- en necesario tiempo. Sentarse y escuchar. La escucha activa necesita tiempo. Necesita involucración y necesita constancia. Y no te pedimos que te vayas a ejemplos externos para convencerte. Tan solo te pedimos que te enfoques en ti mismo, en tu vida. ¿Acaso no te reconoces reconfortado y seguro en aquellos momentos en los que te sentiste escuchado? ¿No crees que tu vida ha ido a mejor cuando te has sentido entendido y acompañado? Pues a eso vamos…  

Pero ¿Cómo convertirme en un escuchador activo?

Hace algunas generaciones, una novela de Michael Ende cobró mucha importancia. Es muy probable que si has sido un niño o niña de los 80 la conozcas, y reconozcas a los hombres de gris… Que reconozcas a Momo. Pues bien, dejemos que sea ella quien nos demuestre cómo es escuchar activamente. Veamos el poder de esta niña, que sabía escuchar como nadie…

“Se podía pensar que Momo había tenido mucha suerte al haber encontrado gente tan amable, y la propia Momo lo pensaba así. Pero también la gente se dio pronto cuenta de que había tenido mucha suerte. Necesitaban a Momo, y se preguntaban cómo habían podido pasar sin ella antes. Y cuanto más tiempo se quedaba con ellos la niña, tanto más imprescindible se hacía, tan imprescindible que todos temían que algún día pudiera marcharse. De ahí viene que Momo tuviera muchas visitas. Casi siempre se veía a alguien sentado con ella, que le hablaba solícitamente. Y el que la necesitaba y no podía ir, la mandaba buscar. Y a quien todavía no se había dado cuenta de que la necesitaba, le decían los demás: — ¡Vete con Momo! Estas palabras se convirtieron en una frase hecha entre la gente de las cercanías. Igual que se dice: “¡Buena suerte!”, o “¡Que aproveche!”, o “¡Y qué sé yo!”, se decía, en toda clase de ocasiones: “¡Vete con Momo!”. Pero ¿por qué? ¿Es que Momo era tan increíblemente lista que tenía un buen consejo para cualquiera? ¿Encontraba siempre las palabras apropiadas cuando alguien necesitaba consuelo? ¿Sabía hacer juicios sabios y justos? No; Momo, como cualquier otro niño, no sabía hacer nada de todo eso. Entonces, ¿es que Momo sabía algo que ponía a la gente de buen humor? ¿Sabía cantar muy bien? ¿O sabía tocar un instrumento? ¿O es que —ya que vivía en una especie de circo— sabía bailar o hacer acrobacias? No, tampoco era eso. ¿Acaso sabía magia? ¿Conocía algún encantamiento con el que se pudiera ahuyentar todas las miserias y preocupaciones? ¿Sabía leer en las líneas de la mano o predecir el futuro de cualquier otro modo? Nada de eso. Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá, quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar. Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única. Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba al otro con sus grandes ojos negros y el otro en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en él. Sabía escuchar de tal manera que la gente perpleja o indecisa sabía muy bien, de repente, qué era lo que quería. O los tímidos se sentían de súbito muy libres y valerosos. O los desgraciados y agobiados se volvían confiados y alegres. Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y le resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo. ¡Así sabía escuchar Momo!

“Momo”, Michael Ende

Leyendo este pasaje de la novela se vislumbran bien los componentes de la escucha activa; lo que hacía que Momo fuese una niña tan especial. Pero vamos a diseccionarlos uno a uno:

  • Querer escuchar. Lo primero y más necesario es estar por la labor de atender a tu emisor. Escuchar no es sentarte en frente, mirar y pasar el rato. Escuchar es querer conocer de verdad al otro.
  • Concentrarse. Hay que ser conscientes de lo que hacemos, dejar a un lado las posibles preocupaciones y asuntos personales que podamos tener y centrarse y poner el foco en quien nos habla.
  • Escuchar no es hablar. Tenemos que enfocarnos en escuchar y no en responder. Tenemos que absorber bien lo que nos cuentan.
  • Fuera prejuicios. El principal ingrediente de la escucha activa es la empatía, esto implica ponerse en los zapatos del otro y saber entender y comprender su posición, sin prejuzgar.
  • Y fuera juicios. Respetemos los sentimientos, sensaciones y sentimientos del otro. No todo debe ser blanco o negro, y cada cual puede sentirse de cualquier color.
  • No hay relojes. Aprender a escuchar y escuchar de verdad requiere paciencia; requiere estar decidido a ello sin mirar el reloj: estoy aquí para ti, tómate el tiempo que necesites.
  • Recordar que uno no es el protagonista. Es muy normal tratar de equipar la situación que alguien te cuenta a la tuya propia, cayendo así en el protagonismo. No debemos hacerlo, lo importante es la otra persona.

¡Qué bien que me escucharon!

Que te escuchen activamente puede marcar un antes y un después en tu vida. Contar con una persona cercana a tu lado que te dedique tiempo y te entienda es todo un regalo que, en ocasiones, puede incluso cambiar el rumbo que tomes. ¿Sabías que Almudena Grandes se dedicó a escribir gracias a su abuelo? Sí, en alguna ocasión la escritora contó que su abuelo Manolo era el único adulto al que le interesaba su opinión: “Hablábamos sobre libros y muchos años después descubrí que no era normal que los abuelos escucharan a sus nietos. Mi abuelo me leía poemas de los autores que le gustaban”. Para su primera comunión este le regaló a Almudena el libro de la Odisea, en lugar del tutú de bailarina azul celeste que ella quería. A pesar de que el tutú fuese lo que más quisiese, era lo que menos le convenía, “quizá por eso no quiso regalármelo”, reconocería la escritora tiempo más tarde. El abuelo, que era el “cómplice, compañero y valedor” de la literata le regaló aquello que sabía que más beneficiaría a su nieta, porque la conocía de verdad. Fue entonces cuando empezó su verdadero amor por la literatura, un amor que se mantuvo fuerte y firme hasta su muerte.
Por su parte, el psiquiatra Luis Rojas Marcos ha reconocido en muchas ocasiones lo reconfortante y útil que fue para él haberse sentido escuchado y comprendido de niño. Tras muchos vaivenes, el joven Rojas Marcos, que tenía TDHA no diagnosticado y era visto como un niño malo, pudo cambiar su vida. No podía controlar sus impulsos y no encajaba en ningún sitio, así que finalmente sus padres decidieron cambiarlo de colegio. Pasó a uno que él mismo llama “de los cateados”. Allí tuvo mucha suerte, la directora reconoció todo su potencial y decidió motivarle lo suficiente como para encauzarle hacia un nuevo camino más prometedor. Lo puso en primera fila en la clase y le permitió que, cada vez que se sintiera inquieto y con ganas de movimiento, educadamente informase a su profesor de que tenía que salir del aula. Le dijo que entonces paseara, pensara, se dispersase. Funcionó. Empezó a estar más motivado. Fue un principio, al igual que lo fue cuando su madre, tras observarle supo ver en él capacidades musicales. Su madre supo escucharlo y lo apuntó a música, cambiando también así un poquito más su vida.

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